Claudio Alvarado

La izquierda excluyente

CLAUDIO ALVARADO R. Director ejecutivo IES

Por: Claudio Alvarado | Publicado: Miércoles 24 de febrero de 2021 a las 04:00 hrs.
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“Es intransable que estén los derechos reproductivos de la mujer, el aborto, la eutanasia, el matrimonio igualitario”. Así lo afirmó Yolanda Pizarro, vicepresidenta del PPD y encargada de género de Heraldo Muñoz. Esto en medio de las gestiones de la centroizquierda para alcanzar un acuerdo programático. “No me voy a poner en el caso de que la DC los excluya”, remato Pizarro, sin notar que su apuesta implica excluir a muchos DC. Algunos dirigentes socialistas —incluida Paula Narváez— matizaron tibiamente el punto, pero sin refutarlo. Para Álvaro Elizalde, presidente del PS, la salida pasaría por el “diálogo de cara a la ciudadanía para resolver las diferencias”. El caso revela a la perfección las tensiones de la oposición.

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Ante todo, el fenómeno vuelve a confirmar la sensibilidad que domina en ese mundo. Un par de décadas atrás —ayer, en términos históricos— la mirada de centro, en particular la socialcristiana, podía conducir la entonces Concertación. Hoy, en cambio, quien no asume las consignas del progresismo simplemente no cabe ahí. No hay que distinguir un tema de otro, matizar esto o aquello, ni nada que atente contra la consigna imperante: hay que subirse aquí y ahora al tren del progreso (de la visión izquierdista del progreso). En este contexto, la ambigua remisión de Elizalde a la ciudadanía sólo esquiva el bulto. Los dirigentes partidarios están llamados a conducir y mediar, no a tirar la pelota al córner.

Pese a las apariencias de sofisticación y modernidad, este cuadro sugiere cierto provincianismo del mainstream opositor. Como han insistido hasta la saciedad Mark Lilla y otros destacados intelectuales afines a la izquierda, Donald Trump no surgió de la nada. Para Lilla y otros, la revuelta populista se explica en gran medida por el abandono de las grandes mayorías, cuyas necesidades más acuciantes no responden a las agendas morales e identitarias que encienden las redes sociales. Ese abandono no es repentino. Como sugiere el intelectual francés Jean-Claude Michéa en “El imperio del mal menor” (IES, 2020), hace varias décadas que la izquierda viene sufriendo una severa confusión, y ni siquiera Trump las movió a la autocrítica.

En efecto, al abrazar acríticamente las banderas de la diversidad y el individualismo cultural, en desmedro de la justicia social, el progresismo promueve una sociedad basada en las mismas premisas del capitalismo más libertario. En los hechos la izquierda no empuja más solidaridad, más comunidad ni nada semejante. Con o sin advertirlo, lo que impulsa es un ideario marcado por la soberanía absoluta e ilimitada del individuo, el mismo que establece vínculos afectivos y sociales cada vez más precarios. Los más perjudicados, como siempre, son los más vulnerables, aquellos que no tiene dinero para paliar (parcialmente) las consecuencias de la inestabilidad afectiva, familiar y emocional.

Todo esto, por supuesto, tiene efectos políticos. Como hemos visto en Estados Unidos y varios países europeos, los grupos populares postergados tarde o temprano buscan otras opciones. En Chile, esto es una oportunidad para la DC —aunque su precandidata presidencial no tiene diferencias sustantivas con el PPD— y, sobre todo, es una oportunidad para la derecha. Aprovechar exige no caer en los cantos de sirena del progresismo y consolidar el incipiente diagnóstico de sus precandidatos presidenciales: configurar una protección social robusta desde la cooperación público-privada. Gobernar es priorizar.

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